Un buen nombre
Salomón escribió: “De más estima es el buen nombre que las muchas riquezas, y la buena fama más que la plata y el oro” (Proverbios 22:1).
El buen nombre tiene que ver con la integridad en la vida. Una reputación honorable nos permite servir a los demás con credibilidad y confianza. En medio de las tensiones que produce la tentación, tenemos una incentiva para mantenernos a la altura de nuestro buen nombre.
Sin que nos creamos mejores que los demás (Romanos 12:3), es conveniente que cuidemos de nuestro buen nombre… hasta un punto.
Cuando nuestro buen nombre es amenazado por detractores que propagan descuidadamente sus críticas, los rumores que surgen nos pueden incitar a reaccionar de forma excesiva y tomar represalias.
En momentos como estos no es una vigorosa defensa la que protege nuestra reputación. La mejor salvaguardia para nuestro buen nombre es la práctica diaria constante y decidida de la integridad.
Francisco de Sales, líder y reformador de la Iglesia en el siglo diecisiete, usó esta ilustración: cuando se arranca de raíz el cabello, es difícil de restaurar, pero cuando se corta, vuelve a crecer en abundancia. Cuando la navaja de la difamación mancha nuestra reputación y, a pesar de esto nosotros persistimos en vivir de una manera ejemplar, nuestro buen nombre no se halla en un peligro duradero.
Cuando nos difaman y nosotros persistimos en seguir viviendo constantemente de acuerdo al Evangelio, podemos confiar en que Jesús cuide de nuestro buen nombre. Si Él permite que lo perdamos por un tiempo, podremos progresar en humildad y crecer en carácter. Ciertamente, un buen nombre con un fundamento tan firme es más deseable que las grandes riquezas.