La comparaciones
Uno de los aspectos incómodos de la vida es el de las comparaciones.
En respuesta a este problema humano tan común, uno de los salmistas de la Biblia hace una audaz promesa: “Mi boca hablará sabiduría… (Salmo 49:1-3).”
Con dos comparaciones básicas, las de rico y pobre, sabio y necio, el salmista advierte: las riquezas van a desaparecer todas cuando muramos; tome decisiones sabias ahora (Salmo 49:5-20).
Piense en las formas en que podemos ser ricos. Con o sin recursos económicos, podemos ser ricos en cuanto a nuestra familia, los amigos, la salud, nuestras capacidades y las oportunidades, solo por mencionar unos cuantos.
Cuando pensemos en las formas en que somos ricos, es sabio que miremos hacia arriba. Todas las ventajas nos vienen de Dios (Deuteronomio 8:17-18). Es sabio el que le demos gracias a Dios y usemos esas posesiones, cualesquiera que sean, para servir a Dios y a los demás (2 Corintios 9:8).
Tanto si nos sentimos ricos, como si nos sentimos pobres, es sabio que miremos hacia delante. Las riquezas terrenales tienen una garantía limitada; en el mejor de los casos, solo duran hasta el final de la vida. Mucho más importante que tener riquezas o ser pobre en la actualidad, es vivir para siempre (Salmo 49:7-9; Marcos 10:45; 2 Timoteo 2:5-6).
Cuando en ciertos sentidos somos pobres, es sabio que miremos hacia dentro. Pablo afirma: “Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor…” (Filipenses 3:7-14; Salmo 73:23-26).
Para ser sabio, deje a un lado las comparaciones. Mire hacia arriba, mire hacia delante y mire hacia dentro… hacia Jesús.