La gente
Como estaba de cajero en un supermercado, interactuaba con los hombres, las mujeres y los niños que iban pasando por mi fila de salida. De ellos adquirí un mayor respeto y un interés más grande por la gente de nuestra comunidad.
Así me di cuenta de que todos aquellos con los que nos encontramos, nos pueden enriquecer. Podemos disfrutar de la charla, aprender ideas, descubrir talentos, hallar belleza, ver carácter y recibir unas predicciones bastante acertadas sobre el tiempo… todo en una conversación común y corriente con la gente.
Es evidente la gran generosidad de Dios al darles capacidades a las personas. Esta profusión de fortaleza me sirve para recordar que no debo pensar que nuestros dones son más elevados de lo que son en realidad, sino que me debo regocijar en los talentos y las habilidades de los demás (Romanos 12:3-8; 1 Corintios 7:17).
Con esas habilidades, la mayoría de las personas están contribuyendo al bien común. En su trabajo día a día y en sus actividades comunitarias, están sirviendo a sus vecinos y a la sociedad en general. Son instrumentos de Dios para cuidar del mundo (Mateo 5:45).
No muy lejos de la superficie, hay muchas personas, tal vez la mayoría, que llevan dentro algún problema. No es de extrañarse que Jesús, al ver a las multitudes, “tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor” (Mateo 9:36).
Podemos valorar a las personas con las que nos encontramos, y regocijarnos por ellas, que han sido hechas todas a imagen de Dios (Génesis 1:26-28). Al mismo tiempo, nos duelen los problemas con los que cargan, y anhelamos que entren en la gracia de la salvación en Jesucristo (Juan 3:16)