El invierno
A pesar de las nevadas y el frío que este año han batido todos los récords en el este de los EE.UU., quiero encomiar el valor del invierto; en particular, de una estación de vida latente en el año y, de vez en cuando, también en la vida.
En la creación, Dios hizo que la tierra girara alrededor del sol y su eje se mantuviera con una inclinación de 23,5 grados. Estos dos fenómenos unidos son los que causan los cambios de estación en casi todos los lugares del mundo.
Por designio divino, también hay estaciones en la vida (Eclesiastés 3:1). Él nos provee de todo lo que necesitamos para vivir y sostenernos en cada una de las estaciones (Jeremías 5:24; Mateo 5:44-45). Y sabiendo la necesidad que tenemos de saber que nuestra vida tiene un propósito y un significado, nos capacita para dar fruto «cuando llega su tiempo» (Salmo 1:3).
Después, llegamos a una estación de la vida que nos parece llena de rigor e improductiva.
Como saben muy bien los agricultores, es esencial que haya una estación latente para que tengamos buenas cosechas. El suelo vuelve a recibir los nutrientes; la lluvia y la nieve restauran la capa freática y las temperaturas tan bajas matan a los insectos que se convierten en plagas para las plantas. La estación latente es tan necesaria como las estaciones en las cuales se siembra, crecen las plantas y se las cosecha.
Sí, esta estación puede ser difícil. Pero la temporada de invierno permite el descanso, la renovación, la reflexión y algunas veces, la refinación y un nuevo enfoque. Como en la naturaleza, en la vida es necesaria una temporada latente como preparación para una productividad mayor (Juan 15:2).
En todas las estaciones, el cuidado que tiene Dios de nosotros es bueno y total. Así que, en la temporada de verano, anímate: Él nos está preparando para que proclamemos su bondad con nuestras palabras y acciones «a tiempo y fuera de tiempo» (2 Timoteo 4:2).