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hope for churches in stress

La desilusión

Linus, el teólogo con la manta a cuestas de las tiras cómicas de Charlie Brown, insistió en una ocasión en decir: «Yo amo a la humanidad… pero a la gente es a la que no puedo soportar».

En esta ocasión, Linus muy bien habría podido estar describiendo a la Iglesia. La Biblia describe a la Iglesia como poseedora de una profunda amistad (Hechos 2:42–47), conocida por sus buenas obras (1 Pedro 2:12), marcada por el amor (Juan 13:34–35) y desinada a ser una Iglesia gloriosa, sin mancha ni arruga (Efesios 5:27).

Pero la gente que pertenece a la Iglesia, es otra cosa muy distinta.

En la vida real, los creyentes están dañados por la inmadurez, la debilidad y la obediencia ocasional. Adoran según les convenga. Viven preocupados por este mundo. Se enredan en mezquinos desaires, malentendidos, discusiones y pecados abiertos.

A veces, la diferencia entre las descripciones bíblicas y la verdadera realidad de lo que sucede en la Iglesia es profundamente desalentadora. Dietrich Bonhoeffer capta estos momentos en Life Together (Vida en comunidad), pp. 35–38: «Estamos destinados a que nos abrume una gran desilusión con los demás, con los cristianos en general y, si somos afortunados, con nosotros mismos…»

Por sorprendente que parezca, Bonhoeffer veía también la desilusión como un cambio de dirección. Este gran desencanto, decía, nos fuerza a mantenernos firmes en la verdad «de que Dios ha actuado por todos nosotros, y quiere actuar por todos nosotros».

La desilusión nos lleva de vuelta a la gracia de Jesucristo, que perdona y transforma.

¿Y quiénes somos nosotros para poner en tela de juicio el ritmo al que se produce la redención de Cristo? Es mejor alabarlo por los pequeños destellos de resplandor cuando estos se producen, mientras esperamos en fe y esperanza la redención plena de su pueblo escogido.

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