Jesús, el transformador de vidas
Para seguir a Jesús, abandonamos todo intento por alcanzar algo por nosotros mismos. Por nuestra propia cuenta, no podemos ser ni buenos, ni virtuosos. Lo que necesitamos es confiar en que Jesús se forme a sí mismo en nosotros (Gálatas 4:19).
Entonces seremos transformados, aunque no sea forzosamente de la manera, al ritmo o hasta el punto en que nosotros preferiríamos (2 Corintios 3:18). Y sí hay ciertos rasgos y prácticas que podemos esperar.
Jesús nos va a sanar el corazón y vendar las heridas (Salmo 147:3). Nos va a infundir rasgos como la delicadeza, la sinceridad, la modestia y la humildad (Gálatas 5:22–23; Efesios 4:1–5:20; Colosenses 3:12). Va a volver a calibrar nuestra mente para que funcione a base de fe, esperanza y amor… incluso hacia aquellos que nos insulten, acusen y maltraten (Romanos 12:2; 1 Corintios 13:13; Mateo 5:11).
Jesús nos va a llamar a una vida casta como solteros (1 Corintios 7:25-35), o nos va a pedir que aceptemos el matrimonio como un compromiso de toda la vida entre un hombre y una mujer (Mateo 19:4-6). En nuestro llamado a las relaciones, nos entrenará en cuanto al respeto, al amor sacrificado y a una inversión deliberada en nuestra familia (Efesios 5:21–6:4).
Jesús les dará una nueva razón de ser a nuestro tiempo, nuestras capacidades y nuestro dinero. En respuesta a una humanidad quebrantada, tanto cerca como lejos de nosotros, nos moverá a amar con valentía, dar con generosidad y servir con gozo (Romanos 12:1-8).
En medio de la diversidad y la división, Jesús insistirá en una preocupación constante por todos. Nos recordará la práctica de la urbanidad y el dominio propio. Cuando surjan los conflictos, nos indicará que busquemos la justicia, la reconciliación y la paz (Miqueas 6:8; Mateo 5:23–24; Romanos 12:17–21).
Nosotros no somos los que transformamos nuestra vida; es Jesús quien lo hace (Colosenses 1:27).
Con todo, nuestra colaboración con Él es esencial. Mientras busquemos una relación vital con Jesús, nos abramos al poder del Espíritu Santo y participemos en la comunidad de fe, seremos transformados para vivir, hablar, servir y amar como Jesús (1 Juan 3:2).