Las cosas pequeñas
En una reciente repetición de la historia de José (Génesis 39:20–21), Nelson Mandela desarrolló los rasgos y las habilidades de un liderazgo magnánimo en la prisión, a base de una concentración inquebrantable en las cosas pequeñas.
Mandela comenzaba cada día con un vigoroso ejército físico. Mantenía de manera rigurosa una actitud positiva. Según se lo permitían los trabajos que se les asignaban, se dedicaba a debates entre los prisioneros que duraban el día entero. Trabajaba para mejorar las relaciones entre las distintas facciones que había en la prisión. Ayudaba a los presos en sus apelaciones legales. Leía ampliamente. Estudiaba el afrikaans, el lenguaje de sus adversarios. En busca de descanso y respiro, cuidaba de un jardín..
Mandela retaba al sistema carcelario en una lucha incansable por los derechos básicos. Era firme en la presentación de sus reclamos, pero siempre los comunicaba con cortesía. Su meta era conseguir concesiones por medio de la negociación, y no por medio de la confrontación.
Mandela entró a la prisión como un celoso revolucionario. Veintisiete años más tarde, cuando fue liberado, según escribió un biógrafo suyo, era «comedido, hondamente considerado con los demás, profundamente humilde y ansioso por detectar buenas cualidades incluso en sus adversarios políticos».
Por medio de una inversión deliberada en los desafíos que tenía a la mano, la prisión se convirtió en una universidad para Mandela. En aquella dura escuela, ganó el equivalente a numerosos doctorados en filosofía: en disciplina, en habilidades para negociar y en carácter. Cuando llegó el tiempo de negociar la libertad y guiar a la nación, Mandela estaba preparado para hacerlo.
Al igual que en el caso de José, los esfuerzos de Mandela durante sus años de encarcelamiento nos recuerdan estas palabras de Jesús: «El que es fiel en lo muy poco, también en lo más es fiel…» (Lucas 16:10). En la mayoría de los casos, la mejor preparación para el futuro consiste en invertir ahora mismo en las cosas pequeñas.
Cita tomada de David Aikman, Great Souls: Six Who Changed the Century («Grandes almas: Seis que transformaron el siglo»), p. 69.